viernes, 15 de octubre de 2010

Metáforas pendejas.

Yo, a diferencia de lo que muchos creen, no he sido jamás un buen estudiante, la verdad es que siempre he sido una persona muy “relajada” por así decirlo y por ende nunca tuve muy buena relación con mis profesores en el colegio, pero existe un dato que algunos conocen y otros no y es que yo estudié en un colegio religioso de monjas. Tal vez fue la etapa de mi vida que formó mi carácter escéptico y malhumorado y a la vez el que dio pie a la detonación del razonamiento lógico durante el bachillerato.

La verdad es que no importan mucho (mejor dicho nada) los aspectos personales de esa etapa de mi vida pero lo que sí es bastante jodedor son las anécdotas que tengo de esa época y creo que una de las más divertidas y que por cierto el hecho se repitió muchas veces, es la de las “reflexiones matutinas”. No sé como trabajen en otros colegios religiosos alrededor del mundo y ¿Quieren saber algo? Me importan tres pitos pero en el mío desde que tengo memoria siempre ha existido un esquema repetitivo, una rutina para ser más exacto que a mi parecer siempre fue tediosa y aburrida, que por cierto se la aplicaban a todos por igual tanto a preescolares como a niños de primaria y jóvenes de bachillerato. Esa rutina consistía primero en congregar a la manada de hormonas e inquietud en un patio en donde obviamente no entrabamos todos así que el hacinamiento era inevitable. Luego de ese cruel atentado hacia el espacio vital tenía lugar el entonamiento del himno nacional de Venezuela (contra lo que jamás he tenido problema) que no es de extrañarse que fuese una tortura lenta y dolorosa para los oídos de cualquiera, pon a entonar un himno de orquesta a un montón de carajitos desafinados y a la vez en un patio con eco y obtendrás un taladro de tímpanos. No conformes con la cruel tortura y ya con saber que los muchachos estábamos somnolientos y obstinados por tener que ver clases agarraban (o mejor dicho aún lo hacen) y nos ponían a escuchar la oración de la mañana, que había que repetir después de la madre directora y luego de eso a escuchar parados las noticias de la mañana ¿Quién dijo que las misioneras eran compasivas?

Cabe destacar que, en mis años de bachillerato la madre directora de ese momento, la mandamás por así decirlo, era algo parecida (por no decir igual) a Chávez, no podía tener un micrófono en sus manos porque soltaba la lengua y daba sermones que como ya saben a mí y a casi nadie le importaban, pero claro, teniendo a una audiencia cautiva cualquier cabrón puede decir lo que quiera ya que nadie se irá.

Yo recuerdo que mi escape a esa tortura siempre debía ser algo discreto, invisible al ojo de la madre vigilante, no se dejen engañar por su evidente vejez porque esas viejas tienen un sexto sentido que desarrollan en la academia para institutrices crueles, uno que les permite detectar cuando un alumno no presta atención o está hablando. Ya saben cosas como tortura 101, métodos de espionaje con miopía extrema en ambos ojos, etc.

Luego de la cadena de la santa directora venía el retorno a los salones de clases que era como una analogía o una alegoría coreografiada que imitaba el tráfico caótico de Caracas; pisotones, empujones, peleas, insultos, congestión en los pasillos, gritos, etc. Todo lo que se te ocurriese podía pasar en ese momento (quien sabe, tal vez hasta ocurrieron violaciones exprés) y lo que parecía ser el final de la tortura, la entrada al aula de clases, no era más que una vil y sucia trampa porque lo peor de toda la mañana era ese preciso momento.

Por cierto, mi método de escape a esa tortura en el patio era encerrarme en un mundo de pensamientos lógicos, generalmente dirigidos a descubrir qué función aparente podría tener ese evento matutino y a inventarme teorías para toda mierda, eso tal vez fue lo que me hizo el inadaptado de hoy en día, en pocas palabras me la pasaba pensando en pendejadas.

Volviendo al final del camino de las espinas (el recorrido al salón) ya llegando a su final podrías imaginarte que era todo, que verías tus clases y te largabas a tu casa para repetirlo todo al otro día, eso quisieras… resulta que luego de toda esa verborrea que brotaba de la boca de la directora nos tocaba aguantarnos algo mucho más corto pero cien veces más jodedor y lo que más me emputaba, no había lógica en nada de lo que ahí se decía.

Era la reflexión matutina, algo así como la lectura del padre en la iglesia, ya sabes, esa en la que te preguntan ¿Y qué te quedó de la lectura? Y tu das una respuesta tarada para salir del paso, esas… Entraba un profesor y daba los buenos días, todos le respondían y luego dependiendo de la flojera del mismo habían dos posibilidades; o el profesor leía el texto el mismo o mandaba a alguien del salón a hacerlo, en cualquiera de los dos casos era igual de jodido ya que en uno escuchabas al profesor más de la cuenta y en el otro te costaba entender porque el animal que leía no sabía hacerlo y se paraba a cada tres palabras, salto de línea y signo de puntuación que se topase. No conforme con todo eso, da la casualidad que ellos tenían una colección de textos reflexivos bastante limitada (unos 5 aproximadamente) que repetían cada semana, o sea que no variaba el dinamismo y escuchabas lo mismo todas las semanas durante años y años ¿Alguien pensó en un adoctrinamiento?

A mí solo me tocó leer una vez una de esas metáforas ridículas y no llegué ni a la mitad cuando me detuve a criticar, lo admito, no puedo controlar mi lengua.

La historia era la siguiente:

La rana que perseveró y es tan arrecha que cuajó la leche (así le llamo).

Existían dos ranas que se la pasaban juntas todo el tiempo brincando y saltando, ambas eran muy traviesas y un día se les ocurrió saltar por encima de un balde de leche, fue tan mala su suerte que ambas cayeron en él y no podían salir. Pasaron las horas y las pobres (y bien pendejas) ranas ya estaban exhaustas, entonces una de las ranas (la emo) dijo: Ya no aguanto más, es mejor rendirme y morir en paz, la otra (rosita fresita) dijo: No te rindas, persevera. La otra ranita no le hizo caso y (por pendeja) se ahogó. No obstante la ranita (fresita) siguió nadando con tanta fuerza y perseverancia que logró cuajar la leche lo suficiente como para salir de ahí.

FIN.

Antes de abrir la boca y mientras leía el texto, por mi cabeza solo pasaban algoritmos y sentencias lógicas y me preguntaba a mi mismo ¿Cómo una rana puede hablar? Y sobre todo ¿Cómo coño de la madre una rana va a cuajar leche con el movimiento de sus patas? ¡Eso requiere horas! También pensé “Es físicamente imposible nadar durante tanto tiempo” y creo que la pregunta del millón ¿Quién carajo es el iluso pendejo creyente que escribió tal huevonada?

La profesora pregunta, “¿Qué te pareció la lectura, que te quedó de ella? Yo me mantengo en silencio unos segundos y arranco con mi argumento:

Nano: La verdad es que no me quedó nada, o bueno sí, me quedó una enorme duda, una a la que no le encuentro una solución posible.

Profe: ¿Cuál?

Nano: Coño, es físicamente imposible que una rana nade durante tanto tiempo dentro de un líquido de esa consistencia, además de que las ranas no son tan pendejas como para saltar encima de un balde y solo lo rodearían, ¿Cómo hacían las ranas para hablar entre sí, sí estaban tan desesperadas nadando? Esto es una soberbia estupidez, una metáfora carente de toda lógica y que solo un animal subdesarrollado reconocería como “lectura reflexiva”.

Profe: ¡A la dirección!

En ese momento solo dije hacia mis adentros ¡Puta represión! (Si, fueron mis años de rebelde).

Desde ese día nunca más me dejaron leer una de esas cosas; pero igualmente encontré la forma de seguir alegando y en la otra historia absurda pude sacarles la piedra aún más.

El tipo del cántaro (que por obra de Jesús se rompió prolijamente desafiando las leyes de la física) y sus semillas.

Había una vez un hombre que se la pasaba caminando (voy a contarla a los coñazos porque no me acuerdo bien) por un camino largo y tendido, árido como el seco cerebro de un chavista, el hombre siempre llevaba consigo un cántaro lleno de semillas para sembrar al otro lado del camino y siempre volvía con agua a su casa. Un día el cántaro se rompió sin que se diera cuenta y mientras caminaba se le caían las semillas a un lado del camino y cuando volvía el agua las regaba, con el tiempo las semillas se convirtieron en árboles. Lo demás es innecesario así que no importa.

Fin.

Esta vez mi reacción fue más intensa ya que esta me pareció bastante más lerda que la de las ranas y cuando preguntaron que pensábamos yo levanto la mano y todos se me quedan viendo como si esperaran que algo malo pasase.

Nano: ¿WTF? Pienso que es una grandísima locura.

Profe: ¿Por qué?

Nano: Porque me parece imposible primero que el cántaro se rompiese de esa forma, se supone que están hechos de barro y que su forma no les permite tener agujeros porque su integridad estructural se iría al demonio, o se agrietan mucho pero sin dejar hoyos o se parten en dos, huecos no. Pero supongamos que ok, el cántaro se rompió así porque Dios es un señor con un raro sentido del humor y que dijo “juguemos con las leyes de la física, con tal, yo las cree” y dejó que el cántaro tuviese un agujero, si eso hubiese pasado igual las semillas no hubiesen caído porque ellas taponarían el hueco por estar aglomeradas ahí a menos que fuesen muy pequeñas, en ese caso el hombre se habría dado cuenta (increíblemente no me interrumpieron) y en todo caso si las semillas se hubiesen caído creo que lo hubiese notado fácilmente al sentir el peso de su pote o al echarle agua, por ultimo ¿Cómo una semilla va a crecer y convertirse en árbol en medio del desierto y con tan poca agua? Qué argumentos tan fantásticos ¿No?

Luego de eso, otra vez a la dirección.

Resulta que eso pasa todos los días en ese colegio y yo cada vez que recuerdo esos días me cago de la risa porque solo un tarado crédulo atolondrado se dejaría enseñar por metáforas tan mal redactadas, cursis, carentes de sentido y lógica y además repetidas. En palabras sencillas; en ese colegio solo te hacen perder el tiempo ya que te aglomeran en un patio casi veinte minutos y luego una reflexión de diez a quince minutos, sumando nos da un total redondeado de treinta minutos, treinta minutos que podrían usar para ver clase más temprano y salir más temprano evitando horarios incómodos que ocupan en cosas que no tienen lógica, convirtiendo así a la misma situación en un círculo vicioso sin fin ni (valga la redundancia) lógica.

Att: Nano.

PD: Yo se que jodo pero recuerda seguirme en las redes sociales y esparcir mi blog ¿Te gusta la vaina? Entonces paga lo que te doy.

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